Una imagen vale más que mil palabras. Y esta es su grandeza… y nuestra miseria.
La de los diseñadores gráficos.
Miseria para los que nos dedicamos a tratar de resolver problemas de comunicación mediante la imagen. Porque una imagen, en sí misma, admite una ilimitada variedad de reacciones interpretativas y emocionales. Una misma imagen cada uno la ‘lee’ de una manera distinta, propia y personal que incluso puede depender del momento personal en que se haga esa lectura.
-Es un bosque
-¡Es otoño!
-Vacaciones
-Desconexión, paz
-El atardecer…
-Amanecer
Hay tanta información en una imagen, que cada persona puede hacer la lectura que en ese momento le parece más interesante y razonable. Incluso en imágenes tan sencillas como esta. Y es que como decía, hasta un mismo observador puede cambiar su percepción según el momento o ánimo en el que se encuentre.
Y eso es algo que en nuestro oficio, el oficio de los que trabajamos con las imágenes, no nos podemos permitir. Para cada imagen que propongamos debemos tratar de acotar cuál es la lectura que en primera instancia queremos que se haga. Esa y ninguna otra.
Esta es la razón por la que casi todos nuestros trabajos precisan incorporar palabras (textos) a la imagen.
Palabras que tratan de reducir al máximo el abanico de ‘lecturas’ posibles de una imagen con la finalidad de que la o las lecturas que haga el receptor sean (o estén entre) las deseadas y no otras.
Por ejemplo: un guiño es un guiño. Pero en él se puede ver un payaso, un ligue, complicidad, algo festivo… El guiño es tan universal y polisémico que precisa de la palabra para que su percepción sea exactamente la que se requiere. Es entonces cuándo la imagen se manifiesta y se percibe como debe, como aquí.
De hecho, no son pocas las ocasiones en que hacemos de una palabra “la imagen”, como en los logotipos -etimológicamente la forma de la palabra -. Es decir, su imagen.
Y otras incluso en que convertimos una imagen en “la palabra”, como sucede en los pictogramas de señalización, que son imágenes que atesoran una única lectura posible, una suerte de “alfabeto icónico” de carácter universal. Son palabras visuales que no aceptan doble lecturas, aunque como todos los lenguajes deban ser previamente aprendidas.
Es por ejemplo la señalética de tráfico. De hecho, son palabras-iconos de lenguaje común para todas las culturas. O casi.
En definitiva, nuestro trabajo, el del diseñador gráfico, siempre ha consistido y consistirá en tratar de controlar aquello que el receptor imagina de la imagen que le proponemos.
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